Hace ya
unos años conocí un campesino. Era un hombre trabajador, humilde pero idealista.
Le movía el amor por la tierra, sus gentes y el conocimiento. De niño apenas
tuvo ocasión de ir al colegio, pero tras las duras jornadas en el campo se
esmeraba siempre para descubrir algo nuevo cada día. Le apasionaban los atlas
mundiales. Miraba con los ojos brillantes países lejanos de los que apenas
sabía nada. Sus pasatiempos eran una hoja llena de sumas y operaciones
matemáticas.
Jamás
consiguió ningún postgrado universitario ni apenas el graduado, pero era un
hombre sabio. Mirando el horizonte podía decir las horas de sol que le quedaban
antes de montarse en su bicicleta y volver a casa. Tenía la paciencia necesaria
de los que viven a merced de la madre naturaleza y que saben que todo proceso
requiere su tiempo y sus cuidados.
Iniciar
un negocio, en los días que corren, requiere ciertas dosis de esa sabiduría,
paciente y soñadora. De esa que tiene la fuerza para cavar surcos en una tierra
seca, llena de piedras y raíces viejas con la esperanza que caiga agua del cielo, vital para que germinen las semillas.
Y
ahora, con las nubes dispersándose y el equinoccio a la vuelta de la esquina,
en el Barquito llega la hora de empezar a cuidar los brotes que vayan saliendo
y tener la paciencia adecuada.
Este
fin de semana celebraremos un encuentro gastronómico con amigos y colaboradores
en el Camp de Tarragona, sentados alrededor de un gran fuego, con unos cuantos calçots y un buen vino.
Esperamos
que juntos, como el viejo pagés, podamos soñar mirando al cielo.