Superados los contrastes y adaptados al clima y a la gente,
nos disponemos a descubrir los rincones de este lugar llamado Gambia. Resulta
fácil hablar de África y caer en los tópicos que para bien o para mal tenemos
todos en la cabeza. Puede que sean las películas que veíamos los sábados por la
tarde dónde un mzungu, un toubob, uno de esos blanquitos que contrastaban con
tan bonito lugar y al que parecía que habían metido en el paisaje con calzador,
iba acompañado de un séquito de portadores medio salvajes que a la mínima que
veían un leon salían corriendo, mientras el valiente hombre blanco se
enfrentaba solo ante el animal. Quién sabe, puede que las relaciones entre unos
y otros en el mundo no hayan cambiado mucho desde entonces.
La primera impresión que muchos se llevan de este
continente, desgraciadamente, suele ser parecida. El problema es cuando no se
quiere ver más allá de esa sensación inicial, entonces al negrito se le sigue
viendo por encima, desde la ventanilla del jeep conducido por otro negrito pero
con camisa. Curiosamente, este concepto se ve ciertamente alterado fuera de la
ficción del cine. En la vida real, cuando el león ataca, las tornas se cambian,
y antes de que el blanquito salga corriendo, es su guía o acompañante quien se
ocupa de hacerle ver que el león solo está en su mente.
Y así comenzamos a descubrir Gambia, con sus tópicos a
simple vista y su realidad perceptible por quien abre los ojos. Unos ojos que
simplente piden ver y hablar a otros que también miran y que no conciven el
mirar desde abajo.
Iremos contando cosas, de momento, nos lanzamos a mirar
Gambia.
Asier y Edu
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